martes, 19 de agosto de 2008

Gion moderno Gion tradicional La primera Geisha Un maki extraño Música en medio de la noche

Día 4 / Kyoto (y 4)

Calle en la parte alta del barrio de Gion, nada que ver con la parte antigua...

Bajamos caminando al centro. Entramos en la parte alta del barrio de Gion y nos comemos unos bocadillos de huevo y jamón en una cafetería y dos tés fríos que casi nos cuestan más caros que los bocadillos.

Aquí en japón la bebida siempre es más cara, en proporción a la comida, es algo que no deja de sorprenderme. A esta hora es díficil encontrar algo más para comer por esta zona, pero necesitamos un pequeño descanso después de tanto templo. La cafetería acaba de abrir y estamos solos, en una gran pantalla de plasma retransmiten un partido de béisbol entre dos equipos japoneses. Nos regalan un pequeño abanico, imagino que para cuando salgamos de nuevo a la calle, dentro del local estamos por lo menos a 6º bajo cero...
Cogemos Hanami-koji dori, dori es calle en Japonés, hacia abajo y cruzamos Shijo dori hacia la parte sur del barrio de Gion, el barrio de la Geishas.

Shijo dori sobre las siete de la tarde

Calle perpendicular en la zona tradicional del barrio de Gion

Toda la calle está llena de casas de té de madera del siglo XVII, muchas de las cuales son locales de Geishas y Maikos. Paseamos por Gion miestras anochece poco a poco. La calle está muy animada, es uno de los pocos sitios donde vemos turistas no japoneses. Mientras espero a Raquel junto a una de las casas de té, veo una Geisha que se acerca a pasos cortos pero rápidos. Es la primera Geisha que veo y tardo en reaccionar. Le doy al botón de la cámara justo cuando pasa por mi lado, sin mirar por el objetivo, casi con un poco de pudor. Se que es una tontería. Cuando me doy cuenta hay quince turistas más haciéndole fotos y señalando a la Geisha que pasa de largo sin inmutarse. Parece como si no nos viera. Pasa junto a mi y se mete en una de las casitas de madera tres portales más abajo.

Geisha en Hanami-koji dori, en el barrio de Gion

Hanami-koji dori

Damos una vuelta más antes de volver a casa por los alrededores de Hanami dori, con las casas que bordean el canal iluminadas desde dentro. La mayoría de restaurantes tienen grandes ventanales y puedes ver a la gente cenando como si fuera una escena de una obra de teatro. Un grupo de chicas entra en una galería vestidas con el kimono ligero de verano. Es la época de los Matsuri, fiestas de verano en japón, y mucha gente sale por la noche con estos kimonos de verano o Yukatas, con estampados muy vivos pero mucho más ligeros y sencillos que los kimonos típicos.

Chicas vestidas con el Yukata

Nabo gigante en lo alto de un edificio cerca de la estación de metro Sanjo

Decidimos volver a casa caminando pensando que no está tan lejos y cenar algo por allí cerca, pero nos equivocamos con los cálculos y paramos en un pequeño restaurante de sopas y makis a cenar. No podemos más.
Yo pido una sopa de fideos y ternera al curri y Raquel se arriesga con unos makis extraños que según creemos entender son especialidad de la casa y un sushi de pulpo gelatinoso. Los maki parecen de Shitaki macerado y tienen un sabor amargo que no acaba de convercer a Raquel, ¡con lo que le gustan los makis! Intento comérmelos yo, es la especialidad de la casa y el cocinero nos mira desde la barra, pero nos dejamos la mitad, es una pena. Nunca sabremos si es que estaman mal hechos o simplemente que no nos gustaban... Raquel lo intenta con el pulpo que parece de goma y rezuma esa especie de salsa que parece baba de caracol. No ha habido suerte esta noche con la cena.
Cerca de casa, pasamos por una escuela de música. A lo lejos se oye como ensaya un grupo de rock y entramos a echar un vistazo. El jardín de la escuela está lleno de bicicletas y maderas apiladas como de viejas escenografías. Está iluminado sólamente por la luz que sale de algunas de las ventanas del edificio. Por una ventana vemos a un grupo de chicos ensayando y en el vestíbulo, un chico de unos 15 años toca el violín de espaldas a la puerta. Nos quedamos un rato escuchando como toca el violín, de el interior sale el sonido de otros instrumentos de cuerda que no vemos.

Ensayando con el violín a las once de la noche en una escuela cerca de la Universidad de Kyoto

Music

El edificio está lleno de desconchones y pintadas, parece una especie de escuela de arte.
Antes de subir las escaleras hacia casa, me tomo un helado en un bar Hawaiano en la esquina de Imadegawa con Kaguraoki. Esta noche, cerramos todos los porticones y las puertas correderas de papel para evitar que los grillos nos despierten al día siguiente, pero es inutil, a las 6 de la mañana el sol empieza a filtrarse por las ventanas y el calor es ya insoportable. Estamos en Kyoto y es verano, qué le vamos a hacer.

1 comentario:

Raquel dijo...

Sembla increïble tot el que vam fer aquell dia! I és que no vam parar! A mi el barri de Gion em va encantar; de fet vaig voler tornar-hi un altre dia per fer fotos de dia. Em va sorprendre el contrast entre el barri de Gion i la resta de carrers del voltant. Estavem en uns petits carrers certament impressionants a nivell arquitectònic, plens d'edificis de formigó enganxats un al costat de l'altre d'estètica super heterogènia on hi podies trobar façanes en plan hotel las vegas, altres d'estètica futurista construïdes per diferents volums puntiaguts, ara recordo un edifici tot enrajolat amb una farola i un rellotge a la façana en plan Europa vuitcentista ple de balcons de ferro forjat... I tots plens de neons, això sí! I miraves amunt cap al cel, i tot ple de cables elèctrics! En fi, no tenia desperdici. Però creuaves un carrer més ample, i taxán! entraves a Gion. I era tan bonic! Un regal per als nostres ulls incrèduls! Serenitat, calma. El carrer era gairebé fosc i uns fanalets il.luminaven les entrades de les cases. Totes de fusta, de dos plantes, el pis de dalt amb grans finestres tapades amb cortines de canya, una al costat de l'altra. Els interiors, encara que eren molt difícils de veure amb tanta cortineta, semblaven tan acollidors. A l'entrada de les cases de les geishes unes petites plaques de fusta tenien escrits els noms de les geishes i maikos que hi vivien. Tot semblava estar tan ben fet, i tot semblava tenir algun motiu de ser, res gratuït. Era una delicia passejar per allà, aquells carrers demenaven alentir el pas i fer-hi un passeig, poc a poc. Un regal pels nostres sentits "abigarrados". Je, je..